En este caso puntual nos vamos a referir a Ezequiel Iván Lavezzi, argentino nacido en Rosario el 3 de mayo de 1985, que actualmente se desempeña en el Nápoli y que viene seguido de cerca por parte del Real Madrid para la próxima temporada.
El Pocho arrancó sus inferiores en Boca Juniors, sitio en el que fiel a su particular carácter tuvo varios y problemáticos cortocircuitos con Jorge Griffa, por aquél entonces coordinador de las inferiores del club. En consecuencia tuvo que marcharse y recayó en Estudiantes de Buenos Aires, de la Primera B, donde pudo mostrar su gran potencial a pesar de las deficiencias lógicas que tiene esta categoría y que le valió que el Genoa lo fichara, para cederlo una temporada en San Lorenzo.
Posiblemente el conjunto de Boedo haya sido la bisagra de su incipiente carrera. Rápidamente se adaptó a las exigencias que planteaba la máxima categoría del fútbol argentino y se convirtió en el niño mimado de la hinchada, que valoraba su esfuerzo durante los noventa minutos y sus dotes naturales, ya virtuosos de por sí. Tiempo después, San Lorenzo lo comprará al Genoa por 2 millones de dólares. Resultó paradigmático que en un partido ante Lanús se tiró de cabeza para alcanzar una pelota. Irreverente, locuaz y por sobre todo talentoso. Para muchos, Lavezzi encarnaba el espíritu de los Carasucias, de esa magia inigualable desligada -es cierto- de un profesionalismo férreo.
Despues del affaire con River en el verano de 2007, pareció que el hincha genuino no lo iba a perdonar. Sin embargo, bastó un par de enganches en el primer partido del Clausura 2007 para que la tribuna coreara nuevamente su nombre. Tal vez con los buenos futbolistas no hay que tener memoria, solamente hay que disfrutarlos.
A mi gusto, este futbolista fanático de Rosario Central (tiene un tatuaje que certifica lo dicho) enarbola cierta cualidades que lo transforman en un jugador versátil desde diversos aspectos. Panorama de juego, sacrificio, habilidad y por sobre todo velocidad conforman el mapa estructural de su forma de sentir el fútbol, ligada muy estrechamente a lo que nos gusta a los argentinos. Tal vez la materia gol no ha sido su especialidad pero ha mejorado progresivamente las asistencias con las cuales puede suplir esa falencia. Aquí la experiencia europea lo marcó a fuego, donde se lo nota más comprometido con sus compañeros y dejando ciertos egoísmos con el traslado de la pelota.
Por eso no sorprende el marco de adoración que le profesan los hinchas del Nápoli, conjunto que lo contrató a mediados de 2007 tras haberse consagrado campeón con San Lorenzo en el Torneo Clausura. En su primera temporada marcó 8 goles en 32 partidos y más allá de las frías estadísticas se convirtió en el emblema de este equipo italiano, que lentamente está recuperando el prestigio que tuvo en la década del ochenta con Diego Maradona como estrella.
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